Décimas de Carlos Molina
Décimas compuestas
– «Contrapuntero». En el libro Yunques rojos. Blundi, Montevideo, 1963. En el casete De muy adentro. Ayuí, Uruguay, 1983. En el CD El canto del payador. Ayuí, Uruguay, 2000. Canción grabada en 1983.
– «El viejo». En el libro Grillos y terrones. Corporación Gráfica, Montevideo, 1980. En el CD El canto del payador. Ayuí, Uruguay, 2000. Canción grabada en 1973.
– «La guitarra guitarrera». En el libro Grillos y terrones. Corporación Gráfica, Montevideo, 1980.
Décimas improvisadas
– Décimas improvisadas (por milonga) en payada de contrapunto con Gabino Sosa. En el disco El arte del payador, volumen 1. Ayuí, Uruguay, 1982 (vinilo) y 2002 (CD). Grabado en el Teatro del Anglo en 1982.
Contrapuntero
Como nací payador
más me gusta el contrapunto
que me refrieguen con unto
en donde tengo un dolor.
Dejuro no soy cantor
de trinos como el jilguero,
pero no envidio, aparcero,
al zorzal de más agallas
cuando en mi garganta estalla
el verso contrapuntero.
Como pa’ probar mi creencia
y mi fe de payador
pensé que era lo mejor
abandonar la querencia:
junta un poco de experiencia
quien del pago se desata.
Más trajinao que alpargata
pa’ toparme con los grandes,
me jui del Plata a los Andes
y de los Andes al Plata.
Me habrán atao el umbligo
con una cuerda ‘e guitarra
que más me gusta una farra
que a un gurí chuparse un higo.
Cuando la empiezo la sigo
porque pa’ pior no me achico
y, payando pico a pico,
cuantito me apuren mucho
priendo más fácil que un pucho
una copla en el hocico.
Prefiero cantarle al pion
que anda sin poncho y en pata;
nunca vendí por la plata
la amistad ni la opinión.
Me juego hasta el corazón
cuando jugarme me toca
y si alguno me provoca,
que mi franqueza no ofienda:
naides jamás en la senda
supo taparme la boca.
Me gusta cuando el rival
es de bravura y pujanza,
hay que tenerse confianza
que pa’ un güeno hay otro igual.
Al tenderles como un pial
en la diestra un mate amargo
pa’ que ustedes se hagan cargo
qué coraje me apadrina,
mi apelativo es Molina,
oriental, de Cerro Largo.
El viejo
Era el corazón del río,
miel de camoatí sonoro,
toro donde hay que ser toro
libre, indómito, bravío,
más del “nuestro” que del “mío”
por la paz hizo la guerra,
coraje de monte y sierra
madrugando auroras claras,
horizontes de tacuaras
abriendo un rumbo en la tierra.
Tierra del hombre cobrizo,
del blanco y del negro pobre,
agria de llanto salobre
en su corazón macizo.
La lluvia, el viento, el granizo,
peligro de noche bruna,
sol ardiente y blanca luna,
lo vio cuanto el campo encierra
pegao, hundido a su tierra
como un junco en la laguna.
Más de un siglo y aún no ha muerto.
Vive en nuestra aspiración.
Es pupila, corazón
palpitante, enorme, abierto;
tan tenazmente despierto
que sus llameantes latidos
son los aleros tendidos
de su esperanza madura,
la feliz arquitectura
de nuestros ranchos queridos.
Fundía el crisol de su ceño
bronce de soles ardientes,
con los impulsos videntes
que son contornos de un sueño;
apóstol de heroico empeño,
el indio de faz cobriza,
la gente negra y mestiza,
oye su voz que reclama,
la tierra es de quien la ama,
que es el que la fecundiza.
Un nido es su corazón
en la urdimbre del pampero,
madrugador trasfoguero
cuidando nuestro fogón;
árbol, pájaro, terrón,
comba azulada del cerro,
picana, surco, cencerro,
voz que conmina y azuza,
dolor errante que cruza
el calvario del destierro.
Es el viejo; es el gran viejo.
Ni jefe ni general.
Raíz del pago oriental,
plata bruñida de espejo
le surcaba el entrecejo
paralelo y meridiano,
el cauce profundo, humano
de la incumplida alegría
que ha de conquistar un día
el destino americano.
La guitarra guitarrera
La guitarra guitarrera
novia azul de algún poeta,
la de Uruguay Zavaleta,
la del “collita” Cabrera
tenue, musical madera
mujer entre las mujeres
la que desbordó quereres
desde su íntima raíz
con el “carlanco” Alaníz
y junto a Marenco Mieres.
La que ha pulsado Gualberto
López, junto al “caracol”
guitarra henchida de sol
y brújula del desierto;
corazón sangrante, abierto,
en su voz halló cabida
el dolor de la partida
lo más frágil, lo más fuerte
el misterio de la muerte
y el milagro de la vida.
Guitarra de “Gardelito”
Pereira que supo alzar
un acorde y alcanzar,
el “flechazo” de su grito,
viejo diapasón proscripto
del aristócrata centro
pero saliendo al encuentro
con tierno, o viril desplante,
de esa masa “laburante”
que te siente muy adentro.
La de Adelio Marichal
rechinante en su estridencia
y en Mastra, fina cadencia
del acorde magistral
iluminador fanal
inextinguible tesoro
honda y tierna como un lloro
de la hembra enamorada
cuando suelta la cascada
de su cabellera de oro.
Guitarra que en Aguilar,
en Pizzo y en Remersaro
fue río profundo y claro
y fue embravecido mar
guitarra para ofrendar
la más tierna serenata
azulada catarata
novia, madre, antigua abuela
que fue con Julio Fontela
como un torrente de plata.
La guitarra de Piñón,
Núñez, Nelson Olivera
clavel que lleva Larriera
sangrando en el corazón.
La que se oyó con unción
bajo el palio de la noche
y abrió su argentado broche
manando sus elixires
junto aquel “flaco” Martínez
y el bohemio Ramón Troche.
La de Luis y Gabriel
Benítez que en la tormenta
de una “rascada” sangrienta
jamás dejó de ser fiel
y se hundió en la noche cruel
con el negro Santillán
y Alfredo Presa en su afán
sintió en la horas tristonas
fermentar en sus bordonas
la levadura del pan.
Guitarra de Luis Maidana
del Paz, del “caballo” Trías
novia de las lejanías
impardable, soberana
la que a Bogarín se hermana
a Ciro Pérez se aferra
trepa la ondulada sierra
se hunde en la niebla azulina
y es satánica y divina
en brazos de López Terra.
Anónimos guitarreros
amarillentos de olvidos
que se quedaron dormidos
en los antiguos luceros
mis lejanos compañeros
en las horas iniciales
mis recuerdos fraternales
a los que olvidar no puedo
a Franco, a Claro Macedo
y a Carlos Wilson González.
Sobre sus finas caderas
Y en su boca sensitiva
canta la patria nativa
y alza el pueblo sus banderas
azules enredaderas
trepan un mundo de gloria
arde el volcán de la Historia
con un fuego incandescente
y enciende mi continente
la antorcha de la Victoria.
Décimas improvisadas (por milonga) en payada de contrapunto con Gabino Sosa
Vuelve la vieja payada
canto antiguo de la vida
a veces escarnecida
y mil veces marginada
y aunque estuvo soterrada
ella en el tiempo regresa
si es canto con entereza;
sin brillar como una palma
dice lo que siente el alma
lo que piensa la cabeza.
Digo que es cantor pensante
este hombre payador
que a veces pone una flor
sobre cada consonante
y se proyecta adelante
desde aquella antigüedad,
quizás la primera edad
en horas poco propicias
siempre cantó a la justicia
y cantó a la libertad.
No es el cantor sometido:
nació para andar sin dueño.
Crece en las alas de un sueño
para enfrentar el olvido
– vencedor nunca vencido –
y sobre cada tribuna
hace la noche oportuna
dando relieve a su nombre,
siempre cantándole al hombre
no cantándole a la luna.
La luna ya chamuscada
de innúmera cohetería
se halla a tanta lejanía,
la veo tan retirada,
parecía inalcanzada
con los misterios que encierra,
más todo se desentierra
cuando un pensamiento obsede:
el hombre todo lo puede,
que es el hijo de la tierra.
Qué clase de soledad,
que si es la misantropía;
eso me sabe a ironía
traicionando una verdad:
que ha de ser la humanidad
siempre estrechamente unida
con su esperanza aguerrida.
Así el débil se hace fuerte
sabiendo vencer la muerte
con los dones de la vida.
Y yo amo la soledad
para hablar conmigo mismo,
pero eso no es egoísmo,
es hurgar en la verdad.
Más prefiero la amistad
ya de Luzbel o de Dios
pues voy de la lucha en pos
y soy hombre sin revés,
y seguro que con tres
valdremos mucho más que dos.
Ya ven, se alargó el final,
pero eso no viene en mengua:
cuando tropiece la lengua
no tropieza el ideal.
Sincero a carta cabal
desde el llano a la montaña
yo no canto con patraña
en el deber me agiganto
porque cada vez que canto
yo denuncio las entrañas.
Lo espero a Gabino Sosa,
ese payador rochense,
que cuando sus coplas trence
seguro arderán las rosas.
La payada es fervorosa
si se sacude el letargo.
Yo mis pretensiones cargo
debo tirar bien la bocha
no temen a los de Rocha
los hijos de Cerro Largo.
Gracias por vuestra presencia
donde noto los amigos
numerosos como el trigo
que nos nutre la conciencia.
De mi tosca inteligencia
elijo una copla fina,
la esencial, la más genuina,
libre como un aletazo,
y junto a ella un abrazo
del criollo Carlos Molina.